“Para hacer tortillas hay que romper los huevos”, dice el tuiter de Alberto Fujimori con la imagen sonriente de su hija, avalando y festejando el golpe de Estado; la respuesta molesta de mi colega de trabajo es ¿cuáles son los huevos? ¿los úteros de miles de mujeres campesinas esterilizadas?   

Hace 25 años el fujimorismo disolvió el Congreso. Hoy, 5 de abril de 2017, ese mismo fujimorismo usa el Congreso como escenario de poder para DI-SOL-VER la vida de las personas LGTBIQ y de las mujeres. Hace 25 años, el fujimorismo desplegó su verdadera esencia: el país amaneció lleno de tanquetas y con nuestros derechos civiles y políticos amputados. Hoy, despertamos nuevamente con un cruel intento del fujimorismo por cercenar derechos. Hace 25 años, de manera perversa aprovecharon el dolor y el terror causado por Sendero Luminoso y el MRTA; hoy, aprovechan la situación de caos y dolor generado por el cambio climático y potenciado por la corrupción, esa misma corrupción que el fujimorismo patentó como su vil forma de hacer política.

Lo que ha hecho el fujimorismo ayer en el Congreso al quitar el enfoque de género de las políticas públicas, desprotegiendo así a la comunidad LGTBIQ, nos demuestra cómo aún no nos recuperamos de las secuelas del golpe de Estado (dejémonos de eufemismos al llamarlo autogolpe). Por el contrario, nos enrostra en la cara que nuestro periodo tan corto de transición durante el gobierno de Paniagua fue traicionado por los posteriores gobiernos. Que Toledo, García y Humala continuaron con el modelo económico impuesto por ese régimen y allanaron el camino para que retomen todo el poder con el manejo descarado del Congreso.

Cuando me pidieron escribir unas líneas sobre este funesto golpe de Estado pensé que todo iba a ser negativo, justo el Congreso fujimorista disolvía el derecho a la vida de miles de peruanos y peruanos. Y ahora, mientras escribo esta nota recuerdo escenas de las audiencias públicas de la Comisión de la Verdad y veo a tantas víctimas del fujimorismo contando cómo este régimen les mató familiares, cómo los violentó de manera tan cruel bajo el falso argumento de la lucha antisubversiva. Pero también recuerdo la otra cara de la moneda, el juicio a Fujimori, lo recuerdo gritando de manera destemplada una supuesta inocencia, escucho a los militares del grupo Colina narrando uno a uno de manera detallada cómo entrenaron para cometer estos crímenes, y luego la lectura de sentencia: ese “sí está probado” que retumbaba en toda la sala, cuando se afirmaba que las víctimas de La Cantuta o Barrios Altos no tenían vinculación con Sendero Luminoso, cuando señalaban la responsabilidad de Alberto Fujimori, cuando lo condenaron a 25 años.

Han pasado 17 años desde el retorno de la democracia y 8 años desde que se condenó a Alberto Fujimori por asesino y por ladrón y, si bien el camino de resguardar nuestras débiles instituciones aún es cuesta arriba, tenemos triunfos que celebrar y por sobre todo cuidar.

Queda mucho camino por delante, claro que sí, y hoy, con mayoría en el Congreso, el fujimorismo está más envalentonado que nunca, sin embargo tenemos que recordar que como país pudimos acabar con la dictadura, a pesar de que ya desde ese momento los intereses económicos intervenían de manera desfachatada para continuar con el statu quo, y desde la sociedad civil pudimos empujar para que el líder de ese régimen esté hoy pagando prisión por algunos de sus crímenes cometidos y porque, pese al poder de la mafia, pudimos frenar dos veces su retorno al gobierno.

Y en este arduo camino, quizás lo más importante es recordar, tenemos siempre que recordar. Para que la historia no se vuelva a repetir, para que no sigan matando a las personas LGTBIQ con el beneplácito del fujimorismo, para que nuestros úteros no vuelvan a ser objetivo de políticas públicas malthusianas, para que ese régimen delincuencial no nos vuelva a gobernar, para que nos vuelvan a utilizar como huevos para hacer tortillas, para tener un país más digno, un país que nos merecemos.